Cuando Sergio tenía cinco años e iba a la guardería nunca disfrutó de jugar en grupo y, por eso, siempre que llegaban los niños, él prefería marcharse. Le costaba la lectura y además confundía muchas letras. Sin saber mucho, la directora sugirió una posible dislexia, diagnóstico que el psicólogo descartó diciendo que el niño sólo era “inmaduro“, pero ese fue sólo el primer error cometido al querer diagnosticar un problema de aprendizaje.

Los siguientes cursos los hizo en diferentes colegios con ayuda de fichas de refuerzo, buscando una enseñanza eficiente, pero ese es otro de los errores constantes con la dislexia. Creer que el problema se solucionará con más horas de estudio solo agrava la situación ya que las habilidades de un niño con dislexia radican más bien en el aprendizaje y kinestésico.
La madre de Sergio explicó a El País que los especialistas sólo pensaban que los colegios entregaban educación de mala calidad y que ella siguió todos sus consejos.
“En mi infancia, me tranquilizaba leer los libros que yo quería y no los de texto precisamente. Así que obligué a mi hijo a leer por las noches. Y de esta manera incurrí en el mismo error”

Con el tiempo, las dificultades de Sergio se hicieron más evidentes y las complicaciones en casa aumentaban. La relación en casa se había puesto difícil. Pero cuando su tía llevó un libro acerca de la enfermedad a casa, su madre entendió lo que estaba haciendo mal: estaban exigiendo demasiado al pequeño -que, para entonces, ya tenía 10 años- y no había reforzado las actividades en las que su hijo disfrutaba más.
Cuando la madre de Sergio entendió, visitó al director de la escuela donde estudiaba el pequeño:
-¿Usted ha tenido vacaciones en los últimos cuatro años?
-Por supuesto -me respondió.
-¿Y cómo se sentiría de no haberlas tenido?
-Imagino que mal.
-Pues eso le ocurre a mi hijo: no hemos dejado de cargarle con tareas desde que cumplió seis años.

Al final, la madre de Sergio entendió que no debía buscar la forma de que él estudiara igual que sus compañeros de clase, sino que debía encontrar aquella manera en que Sergio se sintiera mejor y pudiera dar rienda suelta a sus capacidades e imaginación.
“A partir de entonces pudimos transformar el aprendizaje de Sergio en algo parecido a un juego. Primero, se acabó dedicar horas extras al estudio: dedicaría las mismas horas que sus compañeros de colegio, ni más ni menos”
En ese punto, siguieron los consejos del libro y llegaron a descubrir que grandes personajes de la historia, como Albert Einstein, Thomas Edison, Leonardo Da Vinci y Walt Disney también fueron diagnosticados con dislexia.

A través del caso de Sergio, su madre detectó su propia dislexia y, hoy, dice verse a sí misma reflejada en lo pasado por su hijo.
“Mis malos resultados en los exámenes de matemáticas y sociales me lo hacían pasar mal, sentía que mis esfuerzos no servían para nada y que era menos lista que las demás (por decirlo en positivo). El cambio de Sergio también supuso en mí un cambio a nivel personal y profesional, hasta el día de hoy”

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