Si pudiera regalarte algo sería regresar en el tiempo, que vivieras mi década de juventud donde no había dispositivos ni internet. Donde el mayor miedo de los padres cuando sus hijos salían era si chocaban o que les robaran el auto. Donde lo aspiracional se centraba en casa y el trabajo, en familia unida, un excelente trabajo… en tener unas vacaciones. En que un chico llamara, en salir con los amigos.
Me encantaría regalarte la confianza que era parte de las relaciones, sin acosos ni chequeos, sin teléfonos y conversaciones que revisar cuando nadie les ve.
Cuando las perversiones se mantenían cerradas y la globalización de una acción no existía.
Cuando no podías subastar en línea a personas, a órganos e incluso la propia virginidad.
Cuando destruir la reputación de alguien no podía ser anónima y mucho menos viralizada sin fronteras.
Tampoco el hacer públicas las bendiciones, los viajes o amistades hasta temer el compartirlo en un medio.
Porque hoy, con el acceso a la inmediatez del mundo, a las infinitas posibilidades de ayudar de manera pronta y de conocer, se suma el peligro de ser visto o percibido.
De ser catalogado o difamado.
De ser engrandecido sin mérito alguno.
Líderes de opinión, que lo único que hacen es sacarse selfies y por ello son seguidos por millones.
Quisiera darte ese tiempo lejano, imperfecto pero humano.
Más no es posible, solamente puedo desear la sensatez en el uso de medios, la compasión antes de compartir una información y la benevolencia de apoyar a quien está al otro lado de la pantalla.
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