Cuando conoces a los demás siempre esperas sentirte cómodo y tú mismo a su lado. No intentas encajar porque sientes que no es necesario si los demás valoran la idea de aceptar a cada persona tal como es. La amistad verdadera privilegia la autenticidad. Tus amigos verdaderos, esos que jamás te juzgan, nunca te pedirán que seas alguien que no eres, ni tampoco criticarán que hagas lo que te gusta. De hecho, con ellos siempre puedes ser tú mismo y mostrarte completamente auténtico, con virtudes y defectos, y eso es lo que te hace volver a ellos a diario.
Somos más cercanos a aquellas personas que no nos juzgan ni critican cuando vivimos un mal momento o, más aún, cuando nos comportamos de la peor forma, pues sabemos que esas personas nos quieren tal como somos y no intentan cambiarnos o mejorarnos de manera obligatoria. Nos sentimos cómodos y confiamos en esa amistad que se ha ido creando, porque nos han permitido ser nosotros mismos, incluso en los momentos más vergonzosos.
Nos han visto llorar, nos han visto cometer errores, nos han visto comportarnos de manera poco adecuada y aún así permanecen con nosotros. ¿No es motivo suficiente para preferir una amistad con quien jamás te juzgará a pesar de haberte visto en lo peor? ¿No es esa una amistad verdadera? Créeme que sí. Ese es el tipo de amistad que en realidad vale la pena, que de verdad te hace sentir bien. Es por eso que somos más cercanos a quienes nos conocen hasta en nuestros peores momentos, porque nos conocen de verdad. Porque se han mantenido ahí a nuestro lado sin criticarnos, sólo aconsejándonos y apoyándonos frente a todo.
Si tienes un amigo que no te conoce de verdad, que te juzga por cada error sin entenderte o si ni siquiera te ha visto en tu peor momento, entonces en realidad no es un amigo de verdad, al menos no aún. La amistad debe ser completa, debe nutrirte y acompañarte. Un amigo de verdad siempre está en todo momento, incluso si no todo es felicidad y cosas divertidas.
Y siempre será así.
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